viernes, 31 de julio de 2020

NO TE RINDAS




Pueblo de San Rafael, no te rindas. Te han cercado y acorralado, pero no saben tus atacantes que con cada golpe que te atinan, tu martirial testimonio se hace más brillante.
No cejes, San Rafael, en tu tenaz esfuerzo por defender la Fe que te da vida. No claudiques, porque es en tu mendocino suelo (que hoy no aparece en los noticieros ni en los diarios nacionales) donde está teniedo lugar un combate de eternidad, se está peleando por los derechos de Dios, para dar ejemplo a los argentinos y al mundo de cómo se libran tales batallas: a pie firme, a rostro descubierto, con alma y vida!
No te rindas, porque desde cada provincia, desde cada rincón de nuestra dolida Patria, hemos levantado la vista para mirar a un pueblo que planta cara y nos invita a hacer lo mismo.
Ordenó el enemigo cerrar tu Seminario (el más grande de nuestro país). Pues que sepa el enemigo que de cada vocación que ataque, brotará un grito insofocable, insobornable y estremecedor que clame al Cielo reparación y justicia.
No te rindas, San Rafael, porque la Argentina necesita verte. Porque aún no nos despertamos todos, porque aún las quemas de nuestros templos y las más repugnantes profanaciones (incluídas las litúrgicas) no parecen haber sido suficientes para quitarnos ese cómodo adormecimiento que ya va degenerando en cobardía.
Te estamos viendo pelear por tu Seminario, que también es nuestro y que, por sobre todo, es de Dios. Te estamos viendo gritar que los derechos de Nuestro Señor no se negocian, ni con los enemigos de fuera ni con los de dentro. Y vamos despertando al rugir de tu fragorosa lucha.
No te rindas, San Rafael, porque naciste para la batalla y hoy quizás vengas a ser esa medicina del cielo que necesitamos los argentinos para curarnos del miedo. Nos estás mostrando cómo se dice "basta". Cuál otra Vendeé, nos estás enseñando a cumplir con el deber, suceda lo que suceda.

Tené presente, San Rafael, que en toda la Argentina habrá quienes descubran por tu causa el valor sagrado de la Eucaristía; que a lo largo de nuestro suelo patrio habrá madres con sus hijos elevando plegarias por vos; que habrá velas prendidas en santuarios del campo y de la ciudad...   que gracias a tu lid habrá un país  entero abriendo los ojos.



El "delito" de estos sacerdotes y seminaristas fue defender la Sagrada Forma. ¡El "delito" fue defender la Santa Comunión en la boca! Ni el más necio ateo podría ver proporción justa entre el "delito" y el castigo aplicado.
No te rindas, San Rafael.



-Julieta Gabriela Lardies

martes, 12 de mayo de 2020

UNA DECLARACIÓN VERGONZOSA, A LA QUE LO CRIMINAL NO LE QUITA LO RIDÍCULO - ¿AFRONTAR EL COVID-19 IMPONIENDO EL ABORTO?

Hacer frente a la “pandemia” 
generando más muertes




En su sed de sangre, los grupos de poder mundial que operan tras la fachada de la ONU (y sus derivados: OMS, UNFPA, ONU MUJERES, UNICEF, FMI, etc) no vacilan en presentar al aborto como la gran solución para los problemas de la humanidad o, como mínimo, como una necesidad elemental ante toda crisis. Tras leer la lamentable declaración(1) firmada el pasado 6 de mayo, sólo nos resta esperar una próxima declaración en la que el aborto sea presentado también como solución para el dolor de muelas, la gripe y las migrañas. No importa cuánto tengan que retorcer sus argumentos, estos patéticos personajes se las amañan siempre para que cualquier situación (ya sea de pandemia o de lluvia de meteoritos) sea indicadora de que debe aplicarse la receta mágica que han estado prescribiéndonos desde hace décadas. Sí, adivinó Ud. La receta es: ABORTO.
Ahora resulta que el COVID-19 nos deja ante la imperiosa necesidad de “asegurar el acceso al aborto”, según ellos, quienes parecen estar seguros de que el mundo encontrará cura para todos sus males si se da un baño en sangre fresca e inocente. Como quienes afirman que es muy sano sumergirse en leche o aceites esenciales. Una cosa es clara: su desenfrenada manía de exterminio a como dé lugar. Ya vimos al Ministro Zamora (de México) lanzar, en el marco de la crisis por COVID-19, una directiva sanitaria mediante la cual se permite el aborto cuando la madre tiene coronavirus.
Recapitulando. Los representantes de 59 países del mundo (la Argentina entre ellos) firmaron una infame declaración emitida el 6 de mayo para promover, entre otros métodos de reducción de población, el aborto durante la “pandemia”. Eso sí, para no perder el estilo, el documento se encuentra cuidadosamente adornado con eufemismos y ambigüedades, giros retóricos y melodramáticos términos.
¿Quién firmó por parte de la Argentina? Felipe Carlos Solá, Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.

La declaración rubricada por nuestro país establece que la financiación de la “salud” sexual y reproductiva (esterilización, aborto, etc.) debe “seguir siendo una prioridad”. Como remate, los países firmantes dejan expreso que agradecen los “esfuerzos multilaterales” de la ONU en cuanto a su respuesta al COVID-19 (parte de esa “respuesta” es un manual que califica al aborto como un derecho humano, incorporado por iniciativa del Secretario General de la ONU). También el “Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer” (CEDAW) que no es otra cosa que un tentáculo de la misma ONU, lanzó ahora su propia orientación sobre COVID-19, donde exige a los países proporcionar servicios de aborto y post-aborto durante la pandemia (parte de la “respuesta” de la Organización de Naciones Unidas a la crisis).

El instrumento internacional que da motivo a estas líneas es realmente asfixiante para el alma (la expresión sea permitida). Y la situación también lo es. Porque estamos cercados. Sitiados. No por un virus (o no únicamente) sino por las sombras del comunismo, de la masonería y del satanismo más real. ¿Exageración? ¡Que cada uno dé una mirada y haga cálculos! Aquí y ahora, con nuestras instituciones corrompidas, sin líderes cabales que se planten ante el mundo para defender a la Patria, con nuestros hijos a medio colmillo de ser devorados por los lobos hambrientos de la ESI, con las Misas prohibidas, con los hospitales abiertos para exterminar a criaturas pre natales, con los medios de comunicación impregnados de blasfemias, con nuestras voluntades desgastadas, desangradas, casi parece imposible pensar que morirse es nuestro horizonte más negro. No. Nuestro horizonte más negro es la esclavitud y la vejación, ser testigos de la decadencia total de la Argentina (que ya viene en caída libre desde hace mucho), ver a nuestros hijos contaminados por las ideologías consumirse en todo tipo de perversiones, contemplar cómo nuestros templos  se convierten en baldíos, y saber que nosotros, con nuestro silencio, con nuestra ignorancia o con nuestro desimportismo, hemos contribuido a esa ruina, saber que hemos depuesto toda arma y entregado nuestra Patria al enemigo.

“Y después de la muerte, el juicio” (Libro de Job).

                                             -   Julieta G. Lardies



NOTA: vaya un humilde reconocimiento a quienes no se rinden, a quienes continúan batallando rosario en mano, y lo harán hasta el final. No los dejemos solos en el frente de batalla.



(1) DOCUMENTO completo firmado el 6 de mayo: https://www.diplomatie.gouv.fr/es/venir-a-francia/entrar-a-francia/covid-19-informaciones-para-ciudadanos-extranjeros-en-francia/article/declaracion-conjunta-proteger-la-salud-y-los-derechos-sexuales-y-reproductivos

Fuente periodística base: https://www.aciprensa.com/noticias/59-paises-firman-declaracion-conjunta-para-promover-aborto-en-medio-de-la-pandemia-81935


martes, 17 de diciembre de 2019

GINÉS, EL MINISTRO MUERTE




La mayoría de las veces responde burlonamente y con ironía cuando se lo interroga sobre su accionar criminal. NO parece presentar remordimiento alguno ni sentir una pizca de respeto hacia sus interlocutores (ni compasión por sus víctimas). Marcados rasgos psicopáticos.

Utiliza argumentos falaces, miente sin demostrar ni un solo signo de nerviosismo. Se ríe patéticamente mientras quienes se le ponen delante tratan de hacerlo entrar en razón.
Su actitud inmisericorde hace recordar la imagen de Moloch, aquel ser demoníaco representado en una imagen de bronce que en la antigüedad se devoraba a los niños recién nacidos, arrojados por la boca de la estatua a las llamas que ardían en su interior.

Ginés González (flamante ministro de salud) ya nos asombraba a todos hace algunos años con su idea de liberar camas en los hospitales aplicando la eutanasia, generar espacio matando enfermos.

En los últimos días lo hemos oído defender su sanguinario Protocolo para la práctica de abortos usando como argumento recurrente que “La mayoría de los países del norte ya lo han legalizado” (y esto repetido muchas veces como tratando de imponerlo a martillazos). Pero, díganos Ginés, ¿Si vamos a copiar las leyes y resoluciones de los países del norte… para qué le estamos pagando sueldos a nuestros legisladores y ministros? ¿Para qué los estamos manteniendo a ustedes? ¿No sería mejor pagar un solo sueldo a algún copista que se encargue de transcribir las normas de las citadas naciones extranjeras para aplicarlas en nuestra Patria libre y soberana? Y hablando de todo un poco ¿Qué me dice de las nefastas consecuencias que trajo el aborto en los países que lo han legalizado? ¿No sabe? ¿No responde?

Por otro lado, sería importante pedirle a Ud,  Ginés, que explique delante de cámaras, para todo el pueblo argentino, cómo funcionan esas pinzas, los bisturíes y la aspiradora manual, instrumentos todos que se muestran en su Protocolo como elementos para practicar abortos. Sería interesante que diga también explícitamente en las entrevistas que le hacen, cómo se las arregla Ud para dar muerte a los niños de mayor tamaño (recordemos que el “Protocolo-Ginés” admite el aborto hasta los nueve meses de gestación), y explique por qué prefiere matar a un niño antes que ponerlo en una incubadora. Otra duda (¿Los periodistas no la tienen?) es por qué el Protocolo habla de silenciar el ecógrafo… ¿Se me figura o será para que los latidos del corazoncito del bebé no lleguen a oídos de su mamá sacudiendo su conciencia, despertando su compasión, o al menos recordándole que el aborto es un crimen que clama al cielo? También cabe preguntarle a Ud, Ginés, por qué su Protocolo para abortos dice que la mujer debe preocuparse si, tras practicarse un aborto, tiene un sangrado que se prolongue  más de dos semanas (o sea que exceda 14 días), sin embargo, el protocolo de abortos de la provincia de Misiones, firmado por otro “doctor-muerte”, el ahora gobernador Herrera Ahuad, dice que la mujer debe comenzar a preocuparse recién cuando el sangrado exceda los 40 días (Protocolo de aborto para la provincia de Misiones – resolución N°3378 del 16 de septiembre de 2013)¿14 o 40 días de sangrado? ¿Dos semanas o más de un mes? ¿Podrían los médicos abortistas ponerse de acuerdo al menos para “mentir parejo” y así dar la impresionó de que ciertamente les preocupa la salud de la mujer, al menos un poco?

Otra pregunta para Ginés. Cuando su Protocolo habla de aborto fallido (“interrupción fallida” página 57) ¿Se refiere por ventura a que lo que se extrajo de la mujer no era precisamente el niño, o bien era tan solo parte de la criatura (parte del "producto de la concepción" como Ud lo llama?) Sin dudas se refiere a estas dos posibilidades, ya que el Protocolo habla de casos en los que, tras la práctica del aborto, “el embarazo continúa”(textuales palabras de esta guía para matar niños). ¿Podría contar públicamente qué es lo que el médico extrae de la mujer en un aborto fallido? ¿Podría contar cómo en muchas de estas "fallas" se extraen pedazos del cuerpo de la mujer misma y otras veces partes del cuerpo del niño? ¿Podría relatar Ud, Ginés González, cómo en tantos de estos abortos fallidos se arrancan partes del bebé pero no se consigue darle muerte, y por eso la criatura sigue viviendo y el embarazo continúa su curso (como bien lo dice Ud), con el niño mutilado y maltratado, hasta que su madre lo nota y recurre nuevamente a los “profesionales de la salud” para que éstos le practiquen lo que Ud llama una nueva “aspiración de vacío o dilatación y evacuación”, es decir que terminen la obra criminal que dejaron inconclusa?

Otra línea oscura de las muchas que hay en el Protocolo es aquella que dice “De acuerdo a la experiencia de los equipos de salud que realizan ILE…” Estimo que esos equipos “de salud” no operan en la Argentina porque en nuestro país no hay “ILE”, la “interrupción legal del embarazo” no existe, el aborto es delito penal en nuestro suelo. A menos que Ud, Ministro-Muerte, esté confesando la existencia de verdaderas organizaciones delictivas dedicadas a practicar abortos clandestinos en nuestro país. Si las conoce tiene el deber de denunciarlas, Don Ginés... Y de paso ¿Forma Ud parte de ellas?

¿Y qué decir de las amenazas que Ud  hace llegar a los médicos que no quieran practicar un aborto? En la página 25 del Protocolo en cuestión, se explica que incurrirán en “violencia contra la libertad reproductiva” aquellos profesionales que se nieguen a realizar prácticas “lícitas” atinentes a la salud reproductiva, y aclara falazmente “entre las que se encuentra la interrupción legal del embarazo”. Un médico, según este Protocolo, no podría negarse a realizar un aborto a menos que haya declarado y notificado PREVIAMENTE su decisión ante las autoridades del nosocomio. Y si el profesional de la salud hiciese esa declaración explícita y previa ante las autoridades del Hospital, igualmente estaría obligado a cooperar con el aborto en cuanto a las medidas previas al asesinato en sí. El médico también se vería obligado a informar a la paciente sobre su "derecho" al aborto y estaría confinado a cooperar directamente con la práctica criminal indicando a la mujer qué médico abortista podría darle fin a su embarazo. ¡LO QUIEREN OBLIGAR A SER CÓMPLICE! 
Además, el médico pro-vida, aunque se hubiera manifestado previamente en contra de realizar abortos, también estaría obligado a terminar con la vida del niño en caso de que no haya un profesional abortista disponible o se considere que el aborto debe ser hecho de inmediato. TODAS las clínicas (sin importar si sean públicas, privadas, religiosas, etc) deberán según el Protocolo garantizar la práctica de abortos, NO PUEDIENDO NEGARSE. 
¡Caramba! Si es necesario que el ministro de salud amenace y obligue tanto (Todo lo que se expone en este párrafo puede corroborarse en la página 26 del Protocolo) no será que algo de malo hay en todo esto? ¿Existen las mismas amenazas y disposiciones coercitivas para las operaciones de apéndice o para las extracciones de muela? ¿Si hay que obligar de tal manera a los médicos y a las clínicas, amenazándolos penalmente para que apliquen estos protocolos, no será que el aborto en realidad no es una práctica sanitaria? Y sí, es lógico que los médicos de bien  se nieguen a desmembrar a un niño, a tirarlo en un tacho en lugar de ponerlo en una incubadora o a romperle el cráneo con un fórceps.

Y por cierto ¿Qué es eso de aborto por salud social” que embandera el Protocolo?¿Aborto por motivos sociales? ¿Aborto en embarazo tras una infidelidad a la pareja estable? ¿Aborto por divorcio? ¿Por situación de desempleo? ¿Aborto para conseguir un ascenso, para conservar un trabajo, para participar de un concurso de belleza, para evitar murmuraciones, por tener depresión, para que no se dificulten los estudios, para poder seguir practicando deportes de riesgo o asistiendo a fiestas de trasnoche? ¡Salud social! REALMENTE VERGONZOSO.
(Y en este punto, para quienes intentan dar excusas abortistas un poco más elaboradas… ¿Cuándo es correcto asesinar a un niño?)

Tanto de este ilegal Protocolo-Ginés, como de los demás protocolos abortistas e igualmente ilegales que infectan nuestros nosocomios, podríamos seguir hablando mucho.

Pero solo una cosa más quisiéramos decirle al ministro. Cuando alguna persona indignada le hace algún planteo en los medios, este personaje responde “vos decís eso porque sos religioso”. Permítame decirle, ministro asesino, que ciertamente pienso como católica. Y Ud. piensa como ateo o como satanista. Por ello no tiene mayores reparos cuando contempla la posibilidad de asesinar enfermos, o cuando obliga a descuartizar niños para cumplir con sus fines perversos. Ud. piensa como "hombre sin Dios", cree que nunca será juzgado por sus actos y que jamás tendrá que dar cuentas a nadie (o quizás cree que deberá rendirle cuentas al demonio mismo, y de allí su desesperación criminal por matar inocentes). No le teme a la condenación eterna. 

¡Ah! Otra cosa (ya lo olvidaba). ¿Cuántos abortos ha practicado Ud? Nunca lo ha contado ante las cámaras pero sería interesante saberlo. ¿Puede relatarlo? ¿Cuántos úteros ha perforado? ¿Cuántos niños le nacieron vivos por abortos “con fallas"? ¿Cuántas criaturas vio apagarse hasta morir en una bandeja de metal o en un tacho de desechos? ¿A cuántos bebés mutiló en abortos fallidos, sin poder matarlos? ¿Cuántas veces bajó el sonido del ecógrafo para que la mujer no escuchara los latidos de su hijo? (Ud. menciona estos gajes del oficio en su Protocolo de muerte, de manera que no estaría mal hablarlo ante las cámaras, ¿no?) Y algo más… ¿Cuántas Keilas se le han muerto junto con los bebés? En fin… ojalá nuestros periodistas despierten de su respetuoso letargo (inducido o no, consciente o inconsciente) y al menos le hagan estas sencillas preguntas que muchísimos argentinos quisiéramos lanzárselas a la cara, simplemente para comprobar hasta donde llegan su cinismo, su perversión, su sed de sangre.


-Julieta Gabriela Lardies

martes, 29 de octubre de 2019

EL PUEBLO QUE RESISTIÓ




La ciudad había recibido con asombro la noticia de que sería "sede" de un encuentro nacional homosexualista, un encuentro promotor de conductas promiscuas, un encuentro de aquellos que por lo general traen aparejados delitos como atentados al pudor y corrupción de menores.
Los habitantes de la ciudad se opusieron decididamente a que dicha manifestación perversa y pervertidora, se llevara a cabo allí. El cura párroco y el intendente también se expresaron en contra de la realización del citado evento, extendiendo éste último una resolución en la que denegaba la autorización al encuentro.
Pero llegada la fecha, la ciudad (que había sido declarada "Ciudad Pro Vida") se vió invadida por personajes escandalosos y grotescamente disfrazados. El intento de toma de la ciudad se realizó desvergonzadamente. ¿Pensaban los invasores que nada se opondría a su degenerado propósito? Pues si eso pensaron, se equivocaron. Ya que de dos maneras reaccionó el pueblo agredido, con las dos aristas propias de la virtud de la fortaleza, RESISTIENDO Y ATACANDO sin vacilaciones.
¿Cómo? En primer lugar, sosteniendo sábanas, unas junto a otras, bordeando las calles, de manera que los habitantes del lugar, especialmente los niños, no viesen las manifestaciones indecentes de los invasores que marchaban por las calles, afrentando a Dios y escandalizado a los vecinos del lugar. Se formó así una barrera, un velo de protección, un límite al  descaro de quienes desfilaron por las calles de la ciudad.
La segunda acción del pueblo fue un contra-ataque valiente y firme, consistente en hacer llover proyectiles a fuerza de brazo sobre  quienes agraviaron al pueblo de Hernandarias.

Sí. Hernandarias es el nombre del pueblo paraguayo que resistió al ataque homosexualista y contra-atacó valientemente.

Esto sucedió hace pocos días en el país vecino del Paraguay y las voces "de peso" internacional no tardaron  en aullar de indignación por la "intolerancia"de los paraguayos que no aguantaron que le profanen su pueblo. No tardaron las voces internacionales en quejarse del "discriminativo" espíritu de los habitantes de Hernandarias.

Por nuestra parte, no podemos menos que confortarnos en la intolerancia de ese pueblo paraguayo que no soportó la burla y el libertinaje, y alegrarnos de la mirada discriminativa que les hizo ver la diferencia entre una visita de hombres de buena voluntad  y una invasión profana y diabólica. No podemos menos que regocijarnos viendo cómo la bandera de la perversión fue arrancada de manos de sus portadores y quemada por los habitantes del pueblo que no aceptaron que se enarbole esa enseña en Hernandarias. Conmueve, en fin, ver en una de las fotos la imagen de un paraguayo con el brazo en alto y en su mano un crucifijo, enfrentando así a los militantes LGBTIQ, combatiendo al error con la Verdad misma.
Bendita pues la sana intolerancia y la justa discriminación que nos llevan a rechazar la indecencia, la promiscuidad y la corrupción y nos convocan a defender el nido.

¡DIOS BENDIGA AL PUEBLO DE HERNANDARIAS Y NOS DÉ FORTALEZA PARA HACER DE CADA PUEBLO UN ALCÁZAR DE RESISTENCIA, POR DIOS Y POR LA PATRIA!

Oh, Virge Poderosa, grande e ilustre defensora de la Cristiandad, temible como ejército en orden de batalla, asiste a tus hijos que libran el buen combate.



-Julieta Gabriela Lardies

miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL BICHO FEO (MEMORIAS)





Entre mis más claros recuerdos de infancia  se encuentra el de mi escuela primaria. Cierro los ojos y entre las brumas blancas que envuelven celosas todo lo referente a mis primeros años puedo verla levantarse imponente y majestuosa.

Ahora, a través del tiempo, me doy cuenta de que en realidad era una simple y sencilla escuelita de pueblo. Paredes anchas y techos altos, pero no contaba con sótanos ni con laboratorio; era de una sola planta, de manera que no teníamos escaleras para dirigirnos a pisos superiores; la cocina era de muy discretas dimensiones… y la biblioteca era aún más discreta que la cocina. Pero para nosotros, que no conocíamos otras escuelas, la nuestra era la “gran escuela”. Tenía una enorme cancha para jugar a la pelota, una pieza diminuta que en los recreos servía de cantina expendiendo toda clase de dulces, paragüitas de chocolate,  maíz inflado y azucarado, semillas de girasol y tantas otras golosinas similares que por el mísero precio de una moneda pasaban a nuestra propiedad haciéndonos sentir los seres más afortunados y mejor provistos del universo.

Además la escuela tenía un bebedero. Sí, un largo y ceramicado bebedero con muchas canillas de las cuales brotaba agua cristalina y fresca, agua que juntábamos en el pocito de nuestras palmas y bebíamos con la febril vehemencia de sedientos exploradores que encuentran un oasis en medio del desierto.

Jamás he vuelto a probar agua tan exquisita, tan refrescante y mágica como aquella. ¿Puede haber gloria mayor para un patio de escuela? En ese bebedero nos lavábamos las manos manchadas con témpera tras la clase de artes plásticas, al borde de ese bebedero nos empujábamos para refrescarnos luego de las agotadoras clases de educación física y, como si eso fuera poco, era en ese lugar dónde nos limpiábamos las heridas de codos y rodillas, heridas que eran el resultado casi invariable de nuestras correrías frenéticas y nuestros galopes furtivos por patios y galerías. Yo no me lastimaba con frecuencia, aunque no huía de las partidas arriesgadas. Quizás por eso recuerdo con asombrosa nitidez el día en el que tuve que llegar como tantos otros condiscípulos, sangrante y polvorosa, a curar mi dolor y mi orgullo herido en las aguas de aquel bebedero que en circunstancias de ese tipo hacía las veces de fuente medicinal y consoladora.

En la escuela había reglas. Sabíamos que el primer timbre era para quedarnos quietos como estatuas en el lugar en el que estuviéramos parados. El segundo timbre era el que nos indicaba que debíamos dejar nuestra postura pétrea y regresar a las aulas en perfecto orden.

Otra cosa que bien sabíamos era que no se debía salir fuera de los límites del establecimiento… aunque resultaba una verdadera tentación el almacén de Doña Elena, que se hallaba justo al cruzar la calle de tierra, frente a la escuela, y vendía unos picolés exquisitos que, dicho sea de paso, no eran más que hielo saborizado metido en bolsitas plásticas, delgadas y largas, que nosotros comprábamos por la irrisoria suma de diez centavos la unidad. Luego succionábamos, hielo y bolsa juntos, mientras nuestras manos y bocas iban tiñéndose gradualmente con manchas de colores rojizos y textura pegajosa.

Nosotros sabíamos que las reglas no debían romperse… lo sabíamos por instinto, por razón natural... y por razones menos naturales pero más intimidantes como el miedo a “firmar el libro”. No sabíamos a ciencia cierta qué era aquello de “firmar el libro”, y a decir verdad ni siquiera sabíamos firmar. Pero la amenaza era pronunciada con tal gravedad por nuestros docentes que nos parecía que la cosa era realmente muy seria y no queríamos exponernos al riesgo de sufrir la pena. Además, transcurrido algún tiempo, “el libro” pasó a llamarse “libro negro”, lo que terminó por quitarnos toda duda acerca de lo intrínsecamente malo de estampar nuestros nombres en él. Y ese, precisamente ese y no otro, era el castigo aplicado a quienes se atrevían a burlar las fronteras de la escuela.

¡Pero los picolés de Doña Elena eran tan ricos! ¡Tan refrescantes! ¡Tan apetecibles cuando el ardiente sol misionero amenazaba con achicharrar nuestras cabecitas descubiertas! Por eso ideamos un plan para conseguirlos sin romper las reglas de la escuela. No sé de quién fue la idea. Lo imagino, pero no lo sé. Así que no lo digo.

Como auténticos pilinchos, en hilera y asidos al alambre que marcaba el límite, esperábamos a que algún vecino del pueblo pasara por el camino polvoroso. ¡Ver venir a alguien era la gloria! Desde la alambrada llamábamos al caminante y le pedíamos nos hiciera el gran favor de comprar por nosotros la preciosa mercancía. Le dábamos nuestras monedas y nuestras indicaciones. “Para mí de uva”, “para mí de frutilla”... y el buen samaritano invariablemente regresaba con aquella maravillosa carga cubierta de escarcha; carga que para nosotros valía más que un vagón de oro… al fin y al cabo un vagón de oro no nos hubiera servido entonces para apagar tan deliciosamente nuestra sed de incansables duendes saltarines.  Sin saberlo estábamos utilizando la figura jurídica del mandato. Sin saberlo también estábamos aprendiendo a gambetear leyes…

Otra de las normas era la de no saltar sobre los bancos de los patios internos. Para dar una idea proporcionaré los siguientes datos. En el centro de la escuela se hallaba el patio principal, con piso de mosaicos, donde se levantaban dos mástiles imponentes en los que cada mañana se izaban con sumo respeto nuestras hermosas banderas. Una azul y blanca, la nacional. Otra roja, azul y blanca, la de nuestra provincia. 
Las banderas, nuestras banderas, eran realmente bellas, impactantes, sublimes. Nuestra escuela no hubiera sido escuela respetable si ellas no hubieran estado allí, inspirándonos con su presencia los más nobles sentimientos que ya desde aquella edad comenzaban a dar calor a nuestro pecho. En mi opinión era aquel pabellón celeste y blanco el que le daba el alma a la escuela. A esa bandera le cantábamos, frente a ella nos formábamos, a ella le habíamos jurado fidelidad y por ella se daba la vida. Toda la grandeza y el misterio de la palabra Patria estaban así plenamente presentes en aquel modesto patio escolar de un pueblo perdido en el interior del país.

Alrededor de ese patio descubierto se extendía la galería angosta y techada y se ubicaban las aulas. Las puertas de los salones miraban hacia el patio central, y entre aula y aula había unos patiecitos internos, espacios reducidos que servían para jugar a las bolitas o para sentarse a conversar. En estos patios pequeños estaban dispuestos unos bancos macizos de cemento y ladrillo, adheridos al piso con una firmeza titánica, tanto que de haber acaecido un terremoto es seguro que estos bancos hubieran quedado en pie. A estos patiecitos no entraba mucha luz de sol  ya que las altas paredes de las aulas los resguardaban muy bien. Esto los mantenía frescos pero favorecía la humedad que a su vez daba lugar a que un diminuto y tupido musgo proliferara en pisos y bancos. Pienso que por eso se nos prohibía con tanta firmeza brincar de banco en banco, ya que nos arriesgábamos a resbalar artísticamente en dicho musgo y a terminar en el suelo tras caídas mucho menos artísticas. 

Sin embargo había un juego al que ninguno de nosotros podía resistirse. El juego del “Bicho Feo”. ¡Cuánto nos divertía! Uno de nosotros era el “Bicho” y se ubicaba en el centro del patiecito, entre los bancos. Mientras estuviéramos tocando un banco el Bicho no podía atraparnos. Pero debíamos pasar corriendo o saltando de banco a banco, y esa era la oportunidad del “Bicho” para capturar a quien lo sucedería en el singular puesto.

Cuando estábamos en el banco cantábamos burlonamente y a voz en cuello “¡Bi-cho-fe-o! ¡Bi-cho-fe-o! ¡Bi-cho-fe-o!” y el Bicho fingía enojarse. Luego brincábamos, corríamos y burlábamos al Bicho hasta que algún desafortunado caía en sus temidas garras.

Si los maestros fingían no vernos ni oírnos para no tener que aplicar el castigo, o si efectivamente ignoraban nuestras hazañas, es cosa que hasta ahora ignoro. Pero fue ahí, precisamente durante un juego de “Bicho Feo”, cuando resbalé al saltar de un banco a otro, perdí pie, y di con el rostro en uno de esos macizos, peligrosos, criminales y en mala hora dispuestos asientos de cemento. No recuerdo haber derramado alguna lágrima… sinceramente no lo recuerdo. Lo único que sé es que de un momento a otro me vi llevada por una de las maestras hasta nuestro querido bebedero, seguida por una turba de chicos curiosos y alborotados que no tardaron en rodearme como si fueran una tromba de vizcachas con los ojos tan abiertos como platos y haciendo múltiples exclamaciones y observaciones, ya de consuelo, ya de lástima al ver la herida tan aleccionadora, ya de condescendencia por la compañera atrapada in fraganti.

Mientras la maestra lavaba mi herida yo hubiera querido espantar con la mayor violencia posible a todos esos otros niños que me rodeaban y que, lejos de confortarme, aumentaban mi vergüenza y mi confusión… más aun cuando entre la turbamulta creí oír una voz burlona e irritante que exclamó con crueldad “¡Ja! ¡Ahora sí que parece un Bicho Feo!”. Nunca, nunca, volví a jugar a aquel juego de alto riesgo.



-Julieta Gabriela Lardies

miércoles, 11 de septiembre de 2019

EL TAMBOR (MEMORIAS)




Mi escuela tenía un número y un nombre. El número seguramente le fue asignado por el Ministerio de Educación. El nombre le fue dado por mi abuelo Carlos.

Varón emprendedor y de firmes principios, mi abuelo luchó junto a otros hombres de nobles intenciones para que nuestro pueblito tuviese una escuela en su zona urbana.

La escuela, construida luego de no pocos esfuerzos, se llamó “Tambor de Tacuarí” en honor a aquel valiente niño, Pedro Ríos, que con los redobles de su tambor daba aliento a las tropas de Don Manuel Belgrano y que, desempeñando esa noble misión, encontró la muerte en combate en el año 1811.

Como estudiante de grado, siempre tuve la profunda convicción de que nuestra escuelita tuvo el nombre más hermoso que podía haber tenido. Ahora bien, los niños que pasaron por sus aulas, tendré que decirlo a fuerza de sinceridad, no siempre honraron con su comportamiento el nombre de la escuela. Y ante esta realidad que se imponía sin más, fue necesario establecer un canon de castigos. Al niño infractor se le podía "retar" o se le podía "poner de plantón" junto a la pizarra del aula, pero en casos de delitos graves, delitos mayores, el ajusticiado era enviado “al Tambor de Tacuarí”, lo que antecedía a “firmar el libro negro”.
¡El niño delincuente junto al niño héroe, los dos en aparente pie de igualdad, parecían cumplir juntos la misma condena! A qué maestro le perteneció el oscuro entendimiento gestor de tan desdichada idea es algo que no figura en los anales de la Historia, aunque por los hechos estamos en condición de afirmar que la idea tuvo muy buena acogida por todos los docentes de la escuela, quienes salteándose cualquier regla básica de sentido común y de pedagogía elemental adquirieron la infame costumbre de enviar de penitencia a los incorregibles “junto al Tambor de Tacuarí”.

El castigo tan temido consistía en ir a pararse junto a una estatua de madera, hermosa imagen del heroico niño, que se encontraba frente a la oficina de Dirección.

La estatua de madera lustrada era una bella obra casi en tamaño natural (o al menos de ese tamaño me parecía a mí en equella época). Todo el alumnado hubiese debido sentir un tierno afecto por esa cálida representación del Tamborcito de Tacuarí y haber querido detenerse anta ella para admirarla con orgullo de tenerla. Sin embargo aquel lugar de la escuela era mirado con recelo, y hasta con oculto odio, por los niños que se sabían posibles merecedores de la pena máxima.

En este punto cabe aclarar que la pena capital, por sus sospechados efectos colaterales, curricular y hogareñamente hablando, y por su misterio de alcance, era la de “firmar el libro negro”. Pero en materia de humillación no había pena mayor a la de “ir al Tamborcito”. Una expulsión hubiese sido grave en sus consecuencias mediatas, pero en nada se comparaba con el deshonor inmediato de ser expuesto junto a la estatua del Tambor de Tacuarí durante los interminables minutos de un largo recreo, siendo visto por todos los compañeros que pasaban por la galería y jugaban en el patio central. No existía mayor vejación, mayor crueldad, mayor infortunio. Nuestras mentes no concebían algo peor que aquello.

(Deseo hacer una salvedad en cuanto a aquello de "firmar el libro negro": Ninguno de nosotros vió jamás el libro, en consecuencia no sabíamos si en verdad era negro... ni si era un libro. Un niño muy malo dijo que cierta vez "había firmado"  y que sólo se trataba de un cuaderno de no sé qué color... Pero sospechábamos que nos estaba mintiendo... Ya se sabe eso de que en la boca del mentiroso... En fin...)


“-¡Te vas a ir al Tamborcito!”

La amenaza era espantosa, tanto para el que la recibía como para los que presenciaban la escena.

“-¡Al Tamborcito!”

La sentencia tenía la gravedad de las resoluciones pronunciadas por las más altas cortes. El condenado esperaba un instante, al igual que todo el que recibe una mala noticia, como para advertir si era verdad  o si se trataba de una broma o de una mera amenaza con apariencia de orden… ese instante tan breve y tan profundo en el que el mundo se detiene y se oye el silencio del universo en su profundidad de siglos. Luego era vértigo. Pánico. Todo en no más de dos segundos.

Al ver que la sentencia tenía carácter de cosa juzgada, el reo escolar marchaba con la gravedad de un auténtico criminal camino al paredón de fusilamiento.

Nunca se dio explicación acerca del por qué era un castigo pararse junto a la imagen de un héroe. Y, la verdad sea dicha, creo que nuestras autoridades jamás analizaron la irracionalidad de aquel castigo.

Imagino que los alumnos menos lectores tal vez creían que aquel niño de madera había sido alguien muy malo que de tanto estar de penitencia había recibido un castigo del Cielo o de algún mago justiciero y, convertido en tronco, cumplía la condena de estar eternamente “de plantón”.

La imagen del niño héroe, en lugar de ser utilizada para generar nobles sentimientos en los corazones infantiles, terminó siendo tomada indirectamente (o directamente?) como signo de oprobio.

Hoy veo aquello a través de los años y no puedo menos que dolerme por el inconsciente pero real ultraje a la gloria de Pedro Ríos, el Tambor de Tacuarí. No puedo menos que entristecerme por la profanación de aquella imagen a la que tantos niños de mi escuela seguramente han aborrecido sin querer. Ahora, al escribir estos recuerdos, mientras me invade una amarga sensación de impotencia, quiero reverenciar la memoria de nuestro inmortal héroe, ejemplo de valor para niños y jóvenes de nuestra Patria y del mundo.

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Declaro mis respetos a tu cabal memoria, noble Tamborcito de la batalla de Tacuarí, que con tu corta edad supiste ofrendar la vida como tantos grandes héroes conocidos y renombrados. Hago consciente acto de desagravio en nombre de tres generaciones de estudiantes. Y es mi deseo que si estas líneas llegasen un día a manos de las autoridades de mi escuelita ya tan lejana, y si fuese que el incoherente castigo logró sobrevivir al paso de los años, se dé entonces lugar a mi público pedido, que no es otro que éste: Que tan inconcebible pena sea abolida para siempre, bajo riesgo de que tanto docentes como directivos sean juzgados un día ante los tribunales de la Patria… y por qué no, ante el Tribunal de Dios.


-Julieta Gabriela Lardies

viernes, 2 de agosto de 2019

MÍRELO DE FRENTE, SEÑOR DIPUTADO*




Frente al diputado, pusimos la réplica del niño. Un bebé de goma de tres centímetros de largo, un ser humano de doce semanas de gestación, en tamaño real, perfectamente formado.
El niño parecía aún más pequeño y vulnerable sobre el escritorio lustroso.
¡Todos nosotros en torno a la imagen misma de la fragilidad y la indefensión!

Sin dudas, aquel "niño réplica" incomodó al señor diputado, quien advirtiendo esa "presencia" sobre la mesa, desvió la mirada del objeto de su incomodidad evitando hacer pregunta alguna, como si ignorando al pequeño pudiese eludir la gravedad de lo que íbamos a hablar.

No estiró su mano para tomar la réplica y mirarla de cerca. No. ¿Acaso la imagen fiel de un niño por nacer le hizo sentir que tenía frente a él a una real criatura (no de goma sino de carne, hueso y alma) y  temía hacerle daño? ¿Acaso había comprendido de pronto el sagrado misterio de la vida y se sentía indigno siquiera de mirarlo de cerca?

Señor diputado, ésta es una réplica de goma. Puede Ud. cortarla en pedazos o tirarla contra la pared que no ocurrirá nada. ¿Le repugna la idea de maltratar a un muñeco de forma humana? ¿Qué dice entonces de torturar a un niño de verdad en el vientre materno? ¿Qué dice sobre sesgar una vida inocente, latente e irrepetible?

Todos los diputados con los que hablé tuvieron la misma primera reacción ante la imagen de aquel niño. Todos se incomodaron visiblemente al verlo.
Todos, en un primer momento, evitaron alargar la mano para sujetarlo.

Quiero pensar que sintieron espontáneamente una especie de santo temor... y quizás haya pesado sensiblemente sobre ellos el deber de proteger al más débil e inocente, de crear un cerco protector para que nadie tome entre sus garras la vida que comienza. Nadie. Ni ellos mismos. Tal vez también sintieron turbación y vergüenza de mirar a la cara a aquel que es próximo a morir injustamente.
Pienso que al menos por un brevísimo instante hicieron lugar a la verdad.

Es duro hablar con los diputados para pedirles su "voto por la vida" sabiendo como sabemos que ellos no tienen real derecho a decidir sobre la vida del inocente, aunque se arroguen tal potestad. Sin embargo, dado el poder ilegítimo que de hecho ostentan, nos acercamos a ellos con el fin de interceder por los que no tienen voz... y los vimos turbarse ante la imagen de un ser humano por nacer.
Esperemos que esa "razonabilidad" que por instantes se apoderó de ellos, no se les olvide al momento de firmar condena.


-Julieta Gabriela Lardies



*El escrito hace referencia a las reuniones realizadas con algunos legisladores en la provincia de Misiones durante el año 2018, en el marco del infame debate sobre la ley de aborto